Por Víctor Spinelli, para Rock.com.ar
Steven Wilson volvió a la Argentina para presentar su más reciente trabajo de estudio, ‘The Raven That Refused To Sing (And Other Stories)’.
Steven Wilson volvió a la Argentina para presentar su más reciente trabajo de estudio, ‘The Raven That Refused To Sing (And Other Stories)’.
Hablar de Steven Wilson es en primer lugar hablar de un personaje multifacético, siempre ocupado, siempre creando y recreándose. Su CV tiene varias páginas.
Mientras que, como músico y compositor, ha puesto en marcha proyectos tan numerosos como disimiles (Porcupine Tree, No-Man, Bass Communion, Blackfield, Incredible Expanding Mindfuk (I.E.M.) o Storm Corrision), el artista inglés ha sido además, como productor y arreglador, engranaje fundamental de algunos de las mejores producciones que el rock progresivo y experimental ha dado en los últimos años: ‘Blackwater Park’, ‘Deliverance’, ‘Damnation’ (de Opeth), o ‘We’re here because we’re here’ (de Anathema) sean quizás algunos de sus trabajos más reconocidos en este aspecto, aunque lo cierto es que sus tentáculos se han extendido a bandas como O.S.I., Marilion, Orphaned Land, Paatos, Pendulum y más.
Como si el tiempo le sobrara, Wilson se ha encargado, también, de poner a punto las remezclas de la discografía 1969-1984 de King Crimson (en su 40 Aniversario) y, en el mismo sentido, ha trabajado sobre el catálogo de Jethro Tull y en la clásica placa ‘In the Land of Grey And Pink’, de Caravan, icono de la escena Canterbury.
Y no es todo: El Señor Wilson, como para tomarse un respiro, cuenta con 3 discos solistas (sin contar los primeros de Porcupine Tree): Insurgentes (2008), Grace For Drowning (2011) y, el más reciente, motivo de la actual gira: The Raven That Refused To Sing (And Other Stories).
Con tal trayectoria, siendo uno de los artistas más codiciados tanto por su público como por colegas, resulta extraño que recién para 2012 decidiera allegarse hacia las olvidades tierras del Sur. Tarde, si, pero seguro: algo lo atrapó de tal manera que, en poco más de un año ya son dos las visitas concretadas a nuestro continente en general, y a la Argentina en particular. Y, como ocurriera durante su primera visita, en abril de 2012 en el Teatro de Flores, la sala – esta vez la del Teatro Vorterix -, estaría literalmente repleta.
Aunque el arranque estaba anunciado para las 21, desde hacía 45 minutos antes el clima comenzaba a acondicionarse con una oscura música ambiental y una perturbadora proyección, consecuentes ambas con la bizarra estética del disco.
El show comenzó precipitadamente, 20 minutos antes de lo esperado. Las luces se apagaron y los músicos comenzaron a tomar posición, ante una ovación indescriptible. Inolvidable momento para los que, extasiados, festejaban el ansiado momento, pero también para la infinidad de personas que, entrada en mano, se atolondraban en la puerta para acceder al recinto. Unos lo recordarán con una sonrisa y hasta lágrimas de emoción. Otros, no tan afortunados, con profunda rabia.
Sin embargo, los primeros redobles del Chad Wackerman en dupla con los contundentes graves de Nick Beggs, marcarían la ya inevitable apertura. 25 minutos más tarde, un muchacho de ojos desencajados me preguntaría el nombre de la pieza elegida para abrir. Ante mi respuesta, ‘Luminol’, y a la vez que se zambullía en la multitud como un espartano, soltaría a viva voz una maldición francamente irreproducible. Pero lógica.
A pesar del amargo trago, transcurridos los tensos y atrapantes 12 minutos y 10 segundos de la pieza magistral elegida para romper el hielo, el malhumor casi había desaparecido. Wilson tuvo entonces su primer intercambio con el público: “Voy a intentar decir algo en español” – se atajó en su idioma natal, y arriesgó: “Estoy muy feliz de estar aquí, los quiero mucho”. La pequeña dosis de demagogia surtió un enorme efecto.
En un – ahora – inmejorable clima, siguieron dos más del disco más nuevo: en la hermosa ‘Drive Home’ llegaría el momento del bestial Guthrie Govan – uno de los más esperados de la banda -, que aprovechó la espacial melodía para clavar uno de esos sólos que, por su intensidad, penetran como una daga en medio del corazón. Inmediatamente después, una de evidentes guiños rogerwatereanos: ‘The Pin Drop’, y más de Govan. Inmediatamente después, presentada formalmente la última producción del ahora solista, sonaría una de la placa anterior. Voladora, hermosa, melancólica: ‘Postcard’.
Conforme transcurría el show, la apuesta audiovisual hipnotizaba, hundiendo a los espectadores en un impactante sueño lúcido. Una ejecución precisa, matemáticamente calculada. El sonido, en 5.1 – con parlantes ubicados estratégicamente en distintos puntos del salón -, claro, contundente, sin una sóla frecuencia por arriba o por debajo de lo planeado, y en perfecta sincro con las proyecciones. Este maestro de la ilusión sabía bien de su magia.
En la misma clave setentosa y oscura de casi todo el disco, sonaría otra de The Raven.., la progresiva y compleja ‘The Holy Drinker’. Luego, otra de Grace for Drowning, preciosa ella: ‘Deform To Form a Star’.
Finalizado el segmento, todo quedaría a oscuras, y – como hace un año – un gigantesco ¿velo? translucido cumpliría durante las próximas tres canciones la doble función de telón y pantalla HD: luego de un impresionante video sonarían, una detrás de otra, ‘The Watchmaker’ – Los amantes de Pink Floyd, más que agradecidos -, ‘Insurgentes’ e ‘Index’.
A la vuelta, corrido el velo – para el caso, sirve también de metáfora -, otra situación ‘poco feliz’, pero fugaz. Comenzando ‘Harmony Korine’, la guitarra de Wilson no responde. El inglés frena a la banda y, mirando al suelo ofuscado, intenta un frustrado paso de comedia: “Argentinian Technology…”. La audiciencia no tardará en repudiar el desafortunado comentario del músico devenido capo cómico. Independientemente de si el comentario lleva o no algo de razón, hah una breve tensión en el ambiente.
La providencia, sin embargo, traerá de vuelta el equilibrio propio de todo contrato social cuando el sonidista y técnico de guitarras avise a Wilson que el desperfecto fue responsabilidad suya. Entonces, Wilson pedirá perdón, aclarando que, en realidad la tecnología inglesa también es una porquería. Quizás gozando perversamente del pedido de disculpas del señorito inglés, la audiencia estallará en aplausos e interminables ovaciones. Extraña histeria que no deja de sorprenderme la del público local. Consumada la previamente frustrada canción, seguirá la electrónica ‘No Part of Me’.
A decir verdad, ya no queda mucho. En el listado oficial restan dos líneas que, sin embargo, llenarán una media hora más: Primero, previo y enfático pedido de silencio – “…La canción que sigue tiene un comienzo muy tranquilo, y no necesita de la participación del público” -, sonará la épica y psicodélica obra de 24 minutos, ‘Raider II’ y, para cerrar parcialmente el espectáculo, acompañada una vez más de un melancólico video en perfecta sincro con la interpretación, la que da nombre al disco: triste, tristísima, emotiva hasta el llanto: ‘The Raven That Refused To Sing’.
El público, francamente acongojado, pedía más. Los músicos, por su parte, habían dejado intempestivamente el escenario. Restaba esperar unos pocos minutos.
Lo que vendría sería, sí, lo último. Mas para el final, Wilson tenía guardada una carta magnánima: “¡Difícil hacer un bis para una banda que no tiene hits!”, abrió su parlamento, para luego dar el anuncio que pulverizaría cualquier resentimiento rezagado: “En este show recorro mi carrera solista, y los tres primeros discos de Porcupine Tree, son de hecho, discos solistas. Así que creo justo tocar algo de esa música”. El remate llegaría, irónicamente, con un hit – quizás el único hit del primer disco de Porcupine Tree, quizás de toda su historia -. Cantado íntegramente por todos: ‘Radioactive Toy’.
Luego de 2 hs y media de show, Steven Wilson y Cia. – Nick Beggs, Theo Travis, Adam Holzman, Guthrie Govan y Chad Wackerman -, visiblemente satisfechos, saludaban a sus fieles seguidores, mientras sus nombres y caricaturas aparecían uno detrás de otro en la gran pantalla. Finalmente, también en la pantalla, el mensaje que nadie quería recibir: “Thank you, and Good Night”.
Restó aun algún tiempo para que la audiencia se convenciese de que el final había acontecido. De a poco, a fin de cuentas más que satisfechos y con la misma música terrorífica que al comienzo de fondo, el salón se iba quedando a solas.
Fuente: www.rock.com.ar
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